Sed excesiva y hambre constante.
Aumento de la necesidad de orinar, especialmente durante la noche.
Fatiga y cansancio persistente.
Pérdida de peso sin razón aparente.
Visión borrosa.
Llagas o heridas que tardan en cicatrizar.
Infecciones frecuentes, como infecciones de la piel o las encías.